Llego a la casa de un familiar que ha fallecido recientemente.
Resulta que hay algunas criaturas sobrenaturales que se dedican a molestar.
En la casa llevan ya unos días viviendo algunos familiares, soportando como pueden esas presencias problemáticas.
Nosotros somos los últimos que faltábamos por instalarnos y también somos la última intentona para solucionar esto o rendirnos y abandonar todos la casa.
Es de noche, vamos recorriendo las habitaciones.
Nos topamos con algunos monstruos.
Su aspecto no es demasiado feo ni desagradable.
Parecen casi dibujos animados o efectos especiales generados por ordenador. Así no muy grandes, tamaño mascota más bien.
Intentamos negociar con ellos pero no parece interesarles.
Van a su bola.
Disfrutan revolviéndolo todo.
Su comportamiento es primario, básico, irracional.
Tratamos de mil maneras atraparlos, frenarlos, derrotarlos.
No parecen ser tangibles, o son demasiado rápidos y escurridizos.
La casa tiene varias plantas.
Subo por las escaleras, a medio camino me encuentro con que falta un tramo bastante grande de escaleras.
Salto y llego a la planta siguiente, sin embargo aparezco en ella cayendo desde arriba.
Para no estamparme contra el suelo tengo que hacer varias acrobacias, apoyándome en puntos de lo más diversos y dispares.
De alguna manera, esta secuencia me resulta conocida, como si la hubiera realizado ya en otras ocasiones.
Todo el descenso sucede levemente, como si flotara, como si no hubiera apenas fuerza de gravedad.
Me topo con una serpiente amarilla, pequeña y alargada.
Es la jefa de los monstruos.
Intento atraparla.
Se mete por una chimenea.
Conforme asciende, la chimenea se va rajando de abajo a arriba, cual papel al que atravesara una afilada cuchilla.
Es una demostración de su poder.
Luego vuelve a salir y se me escapa otra vez, por los pelos.
Se mete por un enchufe.
Después, de alguna manera, ya hemos logrado derrotarla.
Ahora falta deshacerse del resto de sus secuaces, que siguen campando por todos lados a lo suyo.
Por más que vamos expulsando, siguen apareciendo otros.
Hay algo que no encaja.
Esto nos enerva y desespera.
Buscamos frenéticamente el motivo, la causa de esto.
Ahora que me fijo, la casa está extrañamente abarrotada de trastos, juguetes, revistas, libros, cachivaches y demás, por doquier.
No me desagrada esa acumulación.
Además reconozco muchos objetos como coetáneos a mi infancia.
De alguna manera los siento propios o me siento cómodo entre ellos.
En una de las habitaciones hay varias literas atiborradas.
Sobre la litera central pende una lámpara apantallada que ilumina la estancia.
Trepo, le subo la falda y descubro la trampa.
Resulta que la bombilla no es normal, sino un modelo antiarrugas o algo así.
Se caracteriza porque su bulbo de cristal no es uniforme sino que presenta protuberancias a lo largo de toda su superficie, como una pera llena de chichones.
Esta es la causa, esta es la vía por la que se cuelan esos pillastres malandrines.
La quito sin más contemplaciones y se acabó ya de trajines y afanes.
Luego me dedico a curiosear por ahí.
La resolución del problema me tiene fascinado, me hace gracia la idea. Parece casi de película, de peli flipada.
Más tarde llego a los sótanos, que son amplios y espaciosos.
Hay allí montado como un taller o estudio, con rústicas mesas y toscas estanterías, todo de madera ajada, oscurecida y añosa. Todo generosamente abarrotado de utillaje y chatarras varias. Mecánicas, eléctricas y electrónicas.
Hay varias personas trabajando, están inventando juegos informáticos y tal.
Me saludan con confianza. Soy del equipo, no me acordaba.
Flota bullente creatividad en el aire, y me encanta.
Después, llega otro pariente ya anciano. En su apariencia se fusionan rasgos y matices de distintas personas que conozco. Sin embargo, en el fondo la mezcla tiene algún sentido, pues esas personalidades tienen matices coincidentes o resonantes entre sí, aunque nunca antes me lo hubiera planteado.
Al mismo tiempo, una parte de esa fusión representa cierta conexión intergeneracional de distintas ramas del árbol genealógico. Pero no siguiendo la secuencia normal, sino haciendo los vástagos de puente y nexo entre líneas remotas.
El viejo se pone a enseñarnos sus armas de caza, que en sí mismas son puras piezas de museo, por inusuales y antiguas.
Tiene dos armas de fuego casi tan largas como él de alto.
Nos tiene alucinados con el relato de sus aventuras.
Pero a mí me sorprende más el reconocer en sus gestos y tal, rasgos de otro familiar muerto ya hace tiempo, que hacía mucho que no me acordaba de él. Y tal vez el recordatorio se dijese pertinente. Tal vez.