Al fin, por fin, después de tanto esperar y aguantar tonterías, paridas, bromas y mentiras, llegó el día del fin del mundo.
Llegó y se fue y no pasó nada.
Pero nada de nada.
Fue otro maldito y condenado día cualquiera.
Muchos quedaron totalmente hundidos por esto.
Muchos quedaron totalmente encantados por esto.
Muchos ni se enteraron.
Para algunos, esto era lo peor que podía pasar, que no sucediera nada en absoluto. Para otros, esto era lo único que podía pasar.
El caso es que, el día después del fiasco, fue un día gris y deprimente. Las gentes salían de sus refugios y miraban el panorama que seguían teniendo por delante. Tanto los que esperaban un cataclismo, como los que auguraron un milagro, como los que ni fu ni fa, coincidían en una cosa: La realidad apesta. La jodida crisis y todo el lío que había montado, entre unas cosas y otras, era tan chungo y desmesurado que se te quitaban las ganas de seguir viviendo.
Así que estaban casi todos con la moral por los suelos. La sola perspectiva de continuar cargando con todo esto era como la peor de las pesadillas. Sin visos de salida.
Por eso, conforme avanzaba el día, la humanidad se iba hundiendo en la más honda y profunda depresión y desgana. Tan turbio era el futuro, que su sola idea les teñía y nublaba el pensamiento por completo.
Llegó la noche y la humanidad presentaba la más atroz de las oscuridades en su interior, mayor que la del propio espacio exterior.
Tal era el vacío de sus corazones, que amenazaba con volverse, de un momento a otro, en un agujero negro que terminara por engullirlo todo.
Aquel día no hubo noticias.
El más tétrico silencio inundó toda la tierra. Nunca se ha visto un luto semejante. Todo callaba y aguardaba mientras los hombres se consumían por dentro, devorados por su propia amargura.
Si hiciéramos una gráfica que midiera el nivel de tormento y desesperación del alma humana, comprobaríamos claramente que, en aquel día y en aquella hora, se alcanzó el máximo histórico.
Entonces sucedió algo inesperado.
Después de todo un día de emisiones sin señal, solo ruido y nieve, las cadenas empezaron a transmitir el sorteo especial de navidad.
La sensación de irrealidad y surrealismo fue casi hasta mareante por el contraste, sin embargo, sirvió de alivio y distracción para los afligidos. A nadie se le ocurrió pensar que ni siquiera era la hora. Ni ninguna otra cosa. Sus cerebros estaban tan quemados que simplemente miraban y nada más.
Y fueron cayendo las bolas.
Y fueron saliendo las cifras.
Fue un sorteo atípico, solo se dio un premio, el gordo. Nadie cantó los números, no había figurantes, solo se escuchaba la voz del locutor mientras las bolas bailaban en el bombo y barajaban la fortuna.
A las 9:53 PM la humanidad era pura negrura. A las 9:54 PM la tierra era una explosión de euforia y alegría irrefrenables, incontenibles, insuperables.
Todas y cada una de las personas protagonizaron la misma escena. Cada una en su contexto y circunstancia, pero en esencia idénticas entre sí.
Cada sujeto siguió en directo el sorteo, por la radio, por la tele o como fuera. Y cuando terminó de formarse el número, cada uno miró a su mano y encontró sostenido entre sus dedos el billete con el número premiado.
La sorpresa dio paso a la incredulidad, que dio paso a la sorpresa, que dio paso a la incredulidad. Y entremedio se abrió camino la felicidad, como una presa que revienta y arrasa con todo. Cada persona rompió a reír y a llorar y a reír, todo a la vez y al mismo tiempo, sin querer ni poder parar, cada vez más y más descontrolada y abundantemente.
La locura fue delirante. Fueras donde fueras, miraras donde miraras, te encontrabas la misma euforia, la misma que te estaba pasando a ti y que estabas viviendo. Y en la coincidencia, nuestra alegría se multiplicaba y aumentaba hasta la estratosfera. Tal era así que nos hermanaba de por vida, de puro corazón, para siempre.
Fueron unas horas increíbles, inenarrables. Era como si toda la tierra latiera al unísono erizada, preñada del más inefable y absoluto de los gozos. Lo nunca visto.
Si hiciéramos una gráfica que midiera... Bueno, ya sabes.
Nadie escapó ni quedó al margen. Incluso los perdidos y podridos fueron arrastrados y sanados de golpe y porrazo. Incluso los avaros y malvados se deshicieron por dentro, vieron cómo se les escurrían entre los dedos sus maquinaciones y engaños. Quedando desnudos y semejantes a sus iguales, reinsertados y reintegrados en la dicha y la ventura.
Esto iba más allá de toda lógica y control, no había forma de frenarlo ni pararlo.
Simplemente, esto tiraba por tierra todo abuso, opresión, jerarquía, sometimiento, servidumbre, esclavitud, expolio, extorsión, etecé.
En un abrir y cerrar de ojos se había pasado de la peor de las pesadillas a la maravilla más inconmensurable.
No era en sí la cuantía del premio, que también, sino que nos había tocado a TODOS, sin excepción, absolutamente.
Asquerosamente ricos, asquerosamente felices, asquerosamente hermanados. Nada ni nadie podrá ya con nosotros. Nada ni nadie se opondrá. Nada ni nadie puede siquiera soñar con hacernos sombra.
Jamás, ni en el más imposible y remoto de los casos.
A partir de aquí todo fue como la seda, coser y cantar.
Nos pusimos a ello y reparamos todos los daños ocasionados.
Nos pusimos a ello y crecimos y aprendimos y avanzamos.
Nos pusimos a ello y la vida floreció y prosperó henchida de belleza, armonía, sabiduría, equilibrio, propósito y sentido.
Inocentes, benditos, sagrados, sin miedos ni reparos.
Juntos, hasta el infinito y más allá.
El resto es otra historia.
PD:
Lo más increíble de todo fue cuando se hizo efectivo el cobro de cada premio. Todos los representantes de las instituciones eran tan afortunados como tú mismo.
Era matemáticamente imposible que así fuera, pero así era. No existía tanto dinero en toda la tierra, pero daba igual. Gustosamente tecleaban la cantidad y la añadían a tu saldo.
En ningún momento saltó ni una sola alarma.
Pasado el tiempo se encontró una explicación.
De alguna manera, cada persona había pasado a existir en una dimensión paralela propia, por eso todas habían ganado el premio gordo y habían podido cobrarlo. Lo curioso es que esa era la única particularidad dimensional, en todo lo demás coexistían totalmente, ocasionando el efecto incremental y acumulativo ya mencionado.
Sea como fuere, aquello supuso un punto y aparte más que notorio y destacable. De un plumazo terminó y desapareció todo lo bajo, abyecto, vil y mezquino que había estado torturando y oprimiendo al ser humano.
Nada más se supo de crisis, ni deudas, ni penas, ni sacrificios, ni de artífices, gerifaltes, mercachifles, detentores y demás ralea.
Y bien que fue eso, oye.