Pues resulta que la gente estaba ya aburrida de las olimpiadas, porque se habían degenerado ya todo lo que podían dar de sí y más. Ahora tenían tropecientas categorías para competir, a cuál más absurda y ridícula. Samba, punto de cruz, cata de horchata y todo lo que te puedas imaginar y más.
Pues bien, entonces se les ocurrió ya la rematadera, el colmo, el no va más de la estupidez. Se trataba de ver a ver quién llegaba a la perfección o lo más parecido a ella que se pudiera. Y claro, eso no es tan fácil de comprobar como parece. Ya de primeras no es fácil ni definirla ni saber cómo reconocerla.
Pero a ellos se lo vas a contar. Estaban ahí todo ilusionaos con la idea y que ya no la querían cambiar, para nada. Total, que hubo que poner un poco de orden en semejante sandez y se inventaron unas bases de lo más esperpénticas, pero claro, qué te vas a esperar si no.
Pues eso, que los participantes tenían que inscribirse ya antes de nacer y todo, o sea que era cosa de los padres apuntarlos y eso. Entonces ya se les asignaba un supervisor y ya venga ahí a vigilarlo bien al sujeto, sin ni parpadear siquiera, para ver bien si era perfecto de verdad o no.
Así durante toda su vida, y luego ya, cuando el aspirante espiraba y la palmaba, pues ya los evaluadores le ponían la puntuación final y a ver quién había sacado la nota más alta.
Y no te lo pierdas, que había empates y todo. Y entonces había que celebrar una especie de juicio con jurado, jueces y todo, para repasar bien las notas y afinar mejor las puntuaciones, con todos los decimales que hicieran falta hasta encontrar al ganador.
Con esto se lo pasaban tan ricamente, venga ahí a perder tiempo y más tiempo en infinitos debates, tertulias y demás zarandajas.
Al final ya, pues como que se habían pasado muchos años y la gente quería saber quién había ganado o algo. Y le dieron el premio a uno que había muerto ya ni sé la de años que hacía. Y mira tú qué gracia tiene eso. Ninguna, ya lo ves.
Pero es que así de idiotas o peor eran las olimpiadas, hasta ese extremo habían llegado.
Y no contentos con eso, va un mindundi delegado piltrafilla y dice que mire usted, que no está de acuerdo con el veredicto y que hay que impugnarlo. Y ya se liaron otra vez a discutir y a darle mil vueltas al asunto, hasta que se hartaron y dijeron, a la porra, que no se lo damos a nadie y se acabó, que no queremos saber nada más de esta historia, que mejor cada uno se está en su casa tan tranquilo viendo el júrgol o lo que sea y que salga el sol por ande sea, como dicen los de allende.
Y así fue como fue. Que tampoco tiene más la historia, ya ves tú. Una tontería como una catedral. Casi nada, menuda pamplina. Se superaron, vamos.