Había una vez unas personillas muy simplonas que se creían todo lo que les decía la caja tonta.
Asique la caja tonta les metió miedo con no sé qué amenaza invisible.
Uno esperaría incredulidad y suspicacias ante semejante premisa.
Pero entre los simplones no había malpensados, pues si algo les caracterizaba era su no pensar.
Y por eso se dejaron encerrar dócilmente.
Además, la caja tonta les enseñó a aplaudir en homenaje de no sé qué supuestos héroes.
Luego la caja tonta les enseñó a pulular amordazados y separados unos de otros.
Y los simplones venga a aplaudir más y más.
Después la caja tonta los condujo a ser marcados como ganado.
Y los simplones siguieron aplaudiendo.
Luego la caja tonta les ordenó que debían prescindir de lujos por no sé qué contratiempo medioambiental.
Y más que aplaudieron los simplones.
Después la caja tonta dijo que había que apretarse el cinturón por no sé qué crisis financiera.
Y aún más arreciadamente los simplones se entregaron a aplaudir.
Luego la caja tonta anunció severos recortes por no sé qué conflicto geopolítico.
Y ya los simplones aplaudían con tales bríos, que se destrozaron totalmente las manos.
Entonces la caja tonta les comunicó la triste noticia de que no había prótesis para tanto lisiado.
Y a los simplones no les quedó más remedio que morirse en una infinita atroz agonía.
30 de abril de 2022
el aplauso autodestructivo
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