20 de enero de 2020
perro-lobo
Tras varios afanes y ajetreos, desemboco en un solitario patio sombrío, rodeado por fríos bloques de pisos. El aire huele a mortecino amanecer ceniciento. Un opresivo manto de nubes cubre el cielo y parece haber detenido el tiempo. De pronto, un silencioso perro-lobo, salido de un pasillo cercano, se me abalanza por un costado y atrapa mi antebrazo izquierdo entre sus fauces. Su dentellada no es fiera pero sí deliberada. Su intensa presión, provoca mi automática reacción. Raudo separo sus mandíbulas y me libero de su mordisco. Con ambas manos mantengo bien abierta su boca y veo asomar caminando sobre su lengua una especie de ratón-erizo, que parsimonioso sale, emitiendo una risilla traviesa.
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