El reino animal se divide en especies de sangre caliente o fría.
Se puede hacer un paralelismo simbólico-espiritual de esto.
Pongamos que Dios es el Sol.
Entonces, el animal de sangre caliente, alienta en su corazón una porción de la luz y el calor de la deidad.
El animal de sangre fría, bebe distantemente de la fuente externa.
La sangre caliente es una actitud activa resonante.
El animal de sangre caliente, se reconoce hijo de Dios y elige albergarlo en su corazón afínmente.
La sangre fría es una actitud pasiva disonante.
El animal de sangre fría, considera a Dios como algo ajeno y remoto, asique elige usufructuarlo cosificalmente.
Bien se ve la diferencia de ambas opciones.
Cuando la conciencia se percibe integrada con Dios, hay amor, fraternidad y anhelo trascendental.
Cuando la conciencia se percibe alienada de Dios, hay egoísmo, crueldad y explotación.
El libre albedrío posibilita que exista esta bifurcación de caminos.
Y es crucial comprender que un camino es correcto y el otro es erróneo.
Ver a Dios como algo externo y ajeno, es no verlo en absoluto.
Es quedarse corto, es adoptar una conciencia pedestre y burda, de poca lucidez y alcance.
El discurso alienado, tiene un muy pobre y deficiente concepto de Dios.
Decir que Dios es algo externo y ajeno, es falsificar la definición y esencia de la deidad, es etiquetar erróneamente.
Así proliferan credos necios, que idolatran piedras o iconos ridículos y absurdos.
El mal y la estulticia abundan en el camino frío.
Es muy penoso ver a personas que se dicen creyentes, abrazando cultos exiguos y ritos nimios adocenantes, evidenciando su patética miopía e inopia.
Cosa que el mal aprovecha para sus intereses e insaciable sed de poder.
Al mal le encanta jugar a la mentira, a la parodia y al escarnio.
Proyecta hacia fuera lo que lleva dentro: Inmadurez, confusión, perversión.
El mal dibuja un cerdo y le coloca la etiqueta de caballo.
Se posiciona activa y voluntariamente, explícita o arteramente, en contra de la deidad.
Todo su afán es sembrar duda y afrenta.
Llegando al extremo de pretender suplantar a Dios por un mero azar, caos y sinsentido.
Es el equivalente del niño enfadado que espeta a su padre: Ya no te quiero, ya no eres mi padre.
El mal hace muy bien su trabajo y cumple su función.
Si se le da cancha, su efecto es atroz, terrible y calamitoso, como desgraciadamente estamos viendo y padeciendo.
Hay que comprender bien esto.
El mal existe porque existe el libre albedrío.
Dios otorga a la vida plenos poderes, por así decirlo.
Nosotros todavía ni empezamos a comprender la profundidad de esto ni sus tremendas implicaciones.
Aunque se hable del mal en tercera persona, no hay que pensar por ello que se trata de una entidad, para nada.
El mal es una cualidad.
El mal es un estadio degradado de la conciencia.
El ser que abraza el mal, va hacia la descomposición, cosa que se refleja en su comportamiento, que es igualmente destructivo.
Es lógico que tal sea la consecuencia.
Dios es la vida. Huir de Dios, es buscar la muerte.
La peor versión del mal, es la que aplica su inteligencia y perfidia para envenenar y degradar la vida, horrendo asesino abominable.
Cuando el mal abunda en una civilización, es síntoma de espantosa falta de conciencia y de inmensa irresponsabilidad.
Una sociedad madura y despierta, cuida con toda su alma su vínculo con la luz y la verdad, de tal manera que el mal tenga nula opción de daño a terceros.
Entonces, elevar la conciencia resulta, comparativamente, un juego de niños, ya que cada uno paga las consecuencias de sus actos.
Cualquier conflicto se resuelve sencillamente, mediante la intensificación de la actitud de los implicados.
El amor intensificado, trae bien.
El odio intensificado, trae mal.
Cada uno toma su propia medicina, y con ella se cura o se daña.
Así se evidencia la verdad.
El bien y el mal es un tema importante, difícil de abordar.
El problema está en lo metafísico.
El bien y el mal es una polaridad absoluta, vertical, presente en toda la vida, excepto en Dios. O incluso en Dios?
Este enigma escapa a nuestro alcance.
Los teólogos podrán debatir hasta el infinito, pero lo esencial es no perder de vista lo principal.
En el momento en que el concepto de Dios es dividido en dos o más deidades, deja de ser correcto.
Todo subproducto es problemático, en tanto en cuanto se interpone y fragmenta la noción imprescindible.
En otras palabras: Menos avatares y más comunión.
La ética es la prueba del algodón, de toda conciencia o cultura.
La distinción de lo que está bien y lo que está mal, es clara en quien toma el camino caliente y aloja a Dios.
Por eso la espiritualidad eleva, pues permite reconocer los valores absolutos que unen a la vida en amor y armonía.
El relativismo es la zafia etiqueta barata con la que enmascara su deficiencia y arbitrariedad quien carece de vínculo con la deidad.
Dios, Amor, Bien y Verdad son cuatro conceptos interdependientes.
La conciencia debe alcanzarlos y abrazarlos en plenitud a todos ellos.
Cuando alguno de esos conceptos no está lo suficientemente presente, integrado y asimilado, todo el conjunto se resiente y se desmorona.
La naturaleza de esos cuatro principios absolutos es similar.
Aparentemente invisibles, intangibles, inaprensibles.
Únicamente accesibles mediante la conciencia, de corazón.
Lo interesante de esa interconexión, es que permite ver claramente el progreso de la conciencia.
Quien busca y profundiza en tres cualesquiera de ellos, encuentra al faltante.
Pero quien rechaza a uno cualquiera de ellos, ya no avanza.
Ni que decir tiene, la pieza clave es Dios.
La conciencia egoísta, considera adecuados su egocéntrico amor intrascendente, su bien fútil y su verdad insignificante.
El egoísta es una caricatura de ser humano.
La virtud brilla por su ausencia cuando la conciencia no alcanza profundidad esencial.
Con semejante pseudoética de juguete, normal que el mundo sea este circo grotesco de miseria y desgracia.
Basta con repasar la historia, para ver que los oásises de felicidad y armonía existencial, de cualquier cultura o sociedad, han estado vertebrados por una correcta espiritualidad, un puro amor a la vida, una sincera bondad y una honesta lealtad a la verdad.
Y todo eso ha sido arruinado y depredado en cuanto el mal ha puesto sus zarpas encima.
Amarga lección que debemos aprender una y otra vez, hasta asumir la ineludible responsabilidad de no consentir semejante infección.
Si de verdad tenemos sangre en las venas.
4 de septiembre de 2017
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