30 de junio de 2011
la dimensión paralela
Era domingo.
Habían comido una comida copiosa.
Sus padres se habían quedado traspuestos en el sofá.
Mirando sin ver las noticias.
Él se había ido a su cuarto a leer un rato.
Tumbado sobre la cama.
Le entró modorra y echó una cabezadita.
Hasta ahí todo normal.
El abuso alimentario es lo que tiene.
La hora de la siesta, le dicen.
Al rato, el muchacho despertó.
La casa estaba en silencio.
Supuso que sus padres seguían durmiendo.
Leyó un poco más.
Pasó otro rato.
Nada.
Ni un ruido.
Extraño.
Se asomó al salón.
Ni rastro de sus padres.
Se habrán ido a algún lado mientras yo soñaba.
Pensó.
Pero sus llaves colgaban en el llavero.
El cerrojo de la puerta estaba echado.
Y las ventanas cerradas.
Pero bueno!
Qué misterio es este?
Buscó bien por toda la casa.
Buscó y rebuscó a fondo, sin dejar pasar nada.
Ni la más remota y extraña posibilidad.
No estaban.
Ni en el más recóndito rincón.
Ni en el más imposible escondrijo.
No estaban y punto.
Llamó, preguntó, salió, movilizó a todo el mundo.
Las autoridades abrieron un expediente.
Otro caso de desaparecidos.
El muchacho tuvo que declarar y responder a multitud de preguntas.
Cada vez estaba más impactado y consternado con el suceso.
Fue derivado a atención psicológica y servicios sociales.
El muchacho pasó a convivir con unos tíos allegados.
Al principio del caso aparecieron muchas pistas o indicios.
Bienintencionados testigos que querían ayudar.
Falsas esperanzas.
Ocurrentes espontáneos que creían ayudar.
Con comentarios o ideas de lo más inoportuno y odioso.
Teorías bobas, ridículas, absurdas, idiotas.
El mundo está lleno de cretinos y tarados.
Aparte de constatar esto, poco más sacó.
Pasó el tiempo.
Sin noticias ni novedades.
Creció.
Rehizo su vida como mejor pudo, dadas las circunstancias.
Se adaptó a vivir con esa ausencia permanente.
Inexplicable.
A veces sufría crisis emocionales o ataques de pánico.
Súbitos, repentinos, inesperados.
Por suerte, remitían con igual celeridad.
La conducta del muchacho se vio afectada.
Había un temor o inseguridad latentes en su forma de ser.
Las amistades y la diversión le eran cruciales, acuciantes.
Una necesidad de evasión profundamente acentuada.
Constante.
Por lo demás era un sujeto bastante convencional.
Cuando pudo independizarse se estableció de nuevo en su casa.
Pero el recuerdo de sus padres desaparecidos le atormentaba.
Indeciblemente.
Con gran dolor tuvo que mudarse a otro sitio.
Pero a la larga fue lo mejor.
Con el tiempo aprendió a taponar su desesperación.
Contener su incomprensión.
Reprimir sus ideas.
Se centró en crear su propia familia.
En la que volcarse y refugiarse.
En la que enmascarar su trauma.
En la que esconderse de su pasado.
En la que olvidar su estigma.
En la que ahogar su pena.
En la que escapar de su pesadilla.
Si fuera posible.
Así transcurrió su vida.
Con aciertos y desengaños.
Hasta que murió.
Más o menos frustrado.
Más o menos escamado.
Más o menos decepcionado.
Más o menos en general.
Sin entrar demasiado en detalles.
Era domingo.
Habían comido una comida copiosa.
Ellos se habían quedado traspuestos en el sofá.
Mirando sin ver las noticias.
Su hijo se había ido a su cuarto a leer un rato.
Tumbado sobre su cama.
Hasta ahí todo normal.
El abuso alimentario es lo que tiene.
La hora de la siesta, le dicen.
Al rato, los padres despertaron.
La casa estaba en silencio.
Supusieron que su hijo estaría echando una cabezadita.
Miraron la tele un poco más.
Paso otro rato.
Nada.
Ni un ruido.
Extraño.
Se asomaron a su habitación.
Ni rastro del hijo.
Se habrá ido a algún lado mientras dormitábamos.
Pensaron.
Pero sus llaves colgaban en el llavero.
El cerrojo de la puerta estaba echado.
Y las ventanas cerradas.
Pero bueno!
Qué misterio es este?
Buscaron bien por toda la casa.
Buscaron y rebuscaron a fondo, sin dejar pasar nada.
Ni la más remota y extraña posibilidad.
No estaba.
Ni en el más recóndito rincón.
Ni en el más imposible escondrijo.
No estaba y punto.
Llamaron, preguntaron, salieron, movilizaron a todo el mundo.
Las autoridades abrieron un expediente.
Otro caso de desaparecido.
Los padres tuvieron que responder a multitud de preguntas.
Cada vez estaban más impactados y consternados con la situación.
Fueron derivados a atención psicológica.
Los padres trataron de retomar una rutina más o menos normal.
Al principio del caso aparecieron muchas pistas o indicios.
Bienintencionados testigos que querían ayudar.
Dolorosos equívocos.
Ocurrentes espontáneos que creían ayudar.
Con comentarios o ideas de lo más variopinto y pintoresco.
Variopintoresco, como dicen los de allende.
Teorías increíbles, hipótesis inverosímiles.
El mundo está lleno de pirados y chalados.
Aparte de este descubrimiento, poco provecho sacaron.
Pasó el tiempo.
Sin noticias ni novedades.
Envejecieron.
Llevaron su vida lo mejor que pudieron, dadas las circunstancias.
Pero no lograron adaptarse a la ausencia permanente del hijo.
Imposible, insufrible, implacable.
A veces caían en honda pena y depresión.
Desesperación.
Otras veces les embargaba una esperanza repentina, inexplicable.
Oscilaban así en una noria emocional infernal.
Tenían gran miedo a moverse.
Un profundo temor irracional a ausentarse de su hogar incompleto.
Por si llegara el milagro.
Por lo demás su existencia era bastante rutinaria.
Anodina.
Con la jubilación decayeron aún más sus energías y ánimos.
Se ajaron y deterioraron rápidamente.
Demasiada incomprensión, demasiado tormento continuo acumulado.
Presentaron síntomas de demencia senil.
Fijación con el pasado.
Obsesión por los recuerdos.
Opresivos, asfixiantes.
Atrapados en su delirio.
Con el fantasma omnipresente de su hijo perdido.
Así se fue extinguiendo su penosa existencia.
Llena de pesares y tormentos.
Hasta que murieron.
Más o menos desdichados.
Más o menos desesperados.
Más o menos desencantados.
Más o menos en general.
Sin entrar demasiado en detalles.
Habían comido una comida copiosa.
Sus padres se habían quedado traspuestos en el sofá.
Mirando sin ver las noticias.
Él se había ido a su cuarto a leer un rato.
Tumbado sobre la cama.
Le entró modorra y echó una cabezadita.
Hasta ahí todo normal.
El abuso alimentario es lo que tiene.
La hora de la siesta, le dicen.
Al rato, el muchacho despertó.
La casa estaba en silencio.
Supuso que sus padres seguían durmiendo.
Leyó un poco más.
Pasó otro rato.
Nada.
Ni un ruido.
Extraño.
Se asomó al salón.
Ni rastro de sus padres.
Se habrán ido a algún lado mientras yo soñaba.
Pensó.
Pero sus llaves colgaban en el llavero.
El cerrojo de la puerta estaba echado.
Y las ventanas cerradas.
Pero bueno!
Qué misterio es este?
Buscó bien por toda la casa.
Buscó y rebuscó a fondo, sin dejar pasar nada.
Ni la más remota y extraña posibilidad.
No estaban.
Ni en el más recóndito rincón.
Ni en el más imposible escondrijo.
No estaban y punto.
Llamó, preguntó, salió, movilizó a todo el mundo.
Las autoridades abrieron un expediente.
Otro caso de desaparecidos.
El muchacho tuvo que declarar y responder a multitud de preguntas.
Cada vez estaba más impactado y consternado con el suceso.
Fue derivado a atención psicológica y servicios sociales.
El muchacho pasó a convivir con unos tíos allegados.
Al principio del caso aparecieron muchas pistas o indicios.
Bienintencionados testigos que querían ayudar.
Falsas esperanzas.
Ocurrentes espontáneos que creían ayudar.
Con comentarios o ideas de lo más inoportuno y odioso.
Teorías bobas, ridículas, absurdas, idiotas.
El mundo está lleno de cretinos y tarados.
Aparte de constatar esto, poco más sacó.
Pasó el tiempo.
Sin noticias ni novedades.
Creció.
Rehizo su vida como mejor pudo, dadas las circunstancias.
Se adaptó a vivir con esa ausencia permanente.
Inexplicable.
A veces sufría crisis emocionales o ataques de pánico.
Súbitos, repentinos, inesperados.
Por suerte, remitían con igual celeridad.
La conducta del muchacho se vio afectada.
Había un temor o inseguridad latentes en su forma de ser.
Las amistades y la diversión le eran cruciales, acuciantes.
Una necesidad de evasión profundamente acentuada.
Constante.
Por lo demás era un sujeto bastante convencional.
Cuando pudo independizarse se estableció de nuevo en su casa.
Pero el recuerdo de sus padres desaparecidos le atormentaba.
Indeciblemente.
Con gran dolor tuvo que mudarse a otro sitio.
Pero a la larga fue lo mejor.
Con el tiempo aprendió a taponar su desesperación.
Contener su incomprensión.
Reprimir sus ideas.
Se centró en crear su propia familia.
En la que volcarse y refugiarse.
En la que enmascarar su trauma.
En la que esconderse de su pasado.
En la que olvidar su estigma.
En la que ahogar su pena.
En la que escapar de su pesadilla.
Si fuera posible.
Así transcurrió su vida.
Con aciertos y desengaños.
Hasta que murió.
Más o menos frustrado.
Más o menos escamado.
Más o menos decepcionado.
Más o menos en general.
Sin entrar demasiado en detalles.
Era domingo.
Habían comido una comida copiosa.
Ellos se habían quedado traspuestos en el sofá.
Mirando sin ver las noticias.
Su hijo se había ido a su cuarto a leer un rato.
Tumbado sobre su cama.
Hasta ahí todo normal.
El abuso alimentario es lo que tiene.
La hora de la siesta, le dicen.
Al rato, los padres despertaron.
La casa estaba en silencio.
Supusieron que su hijo estaría echando una cabezadita.
Miraron la tele un poco más.
Paso otro rato.
Nada.
Ni un ruido.
Extraño.
Se asomaron a su habitación.
Ni rastro del hijo.
Se habrá ido a algún lado mientras dormitábamos.
Pensaron.
Pero sus llaves colgaban en el llavero.
El cerrojo de la puerta estaba echado.
Y las ventanas cerradas.
Pero bueno!
Qué misterio es este?
Buscaron bien por toda la casa.
Buscaron y rebuscaron a fondo, sin dejar pasar nada.
Ni la más remota y extraña posibilidad.
No estaba.
Ni en el más recóndito rincón.
Ni en el más imposible escondrijo.
No estaba y punto.
Llamaron, preguntaron, salieron, movilizaron a todo el mundo.
Las autoridades abrieron un expediente.
Otro caso de desaparecido.
Los padres tuvieron que responder a multitud de preguntas.
Cada vez estaban más impactados y consternados con la situación.
Fueron derivados a atención psicológica.
Los padres trataron de retomar una rutina más o menos normal.
Al principio del caso aparecieron muchas pistas o indicios.
Bienintencionados testigos que querían ayudar.
Dolorosos equívocos.
Ocurrentes espontáneos que creían ayudar.
Con comentarios o ideas de lo más variopinto y pintoresco.
Variopintoresco, como dicen los de allende.
Teorías increíbles, hipótesis inverosímiles.
El mundo está lleno de pirados y chalados.
Aparte de este descubrimiento, poco provecho sacaron.
Pasó el tiempo.
Sin noticias ni novedades.
Envejecieron.
Llevaron su vida lo mejor que pudieron, dadas las circunstancias.
Pero no lograron adaptarse a la ausencia permanente del hijo.
Imposible, insufrible, implacable.
A veces caían en honda pena y depresión.
Desesperación.
Otras veces les embargaba una esperanza repentina, inexplicable.
Oscilaban así en una noria emocional infernal.
Tenían gran miedo a moverse.
Un profundo temor irracional a ausentarse de su hogar incompleto.
Por si llegara el milagro.
Por lo demás su existencia era bastante rutinaria.
Anodina.
Con la jubilación decayeron aún más sus energías y ánimos.
Se ajaron y deterioraron rápidamente.
Demasiada incomprensión, demasiado tormento continuo acumulado.
Presentaron síntomas de demencia senil.
Fijación con el pasado.
Obsesión por los recuerdos.
Opresivos, asfixiantes.
Atrapados en su delirio.
Con el fantasma omnipresente de su hijo perdido.
Así se fue extinguiendo su penosa existencia.
Llena de pesares y tormentos.
Hasta que murieron.
Más o menos desdichados.
Más o menos desesperados.
Más o menos desencantados.
Más o menos en general.
Sin entrar demasiado en detalles.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)