La biblia es un texto extraño, que deja bastante que desear como escritura sagrada.
Pero me temo que en las demás religiones pasa otro tanto de lo mismo.
La verdad supuestamente revelada, suele venir acompañada de un montón de tonterías; y los devotos contribuyen a incrementarlas hasta malograr por completo el conjunto.
El fanatismo lleva a adorar lo accesorio y a dejar de ver lo principal.
Con el paso del tiempo, toda religión se va recargando barrocamente de parafernalia, fetiches, advocaciones, enmiendas, ramificaciones, folclorismos, mitificaciones, etc.
Toda esa mitologización es a la religión lo que el óxido al hierro: una corrosión que disgrega por completo la materia.
Quien busque la verdad, debe saber cribar, discernir, profundizar.
Acceder a la esencia primigenia.
Parece lógico y razonable que las religiones humanas estén sujetas a su respectivo ciclo vital de auge y decadencia.
Una religión sobrenatural, perfecta y perenne, nos parecería aborrecible y terrorífica.
La inmadura humanidad actual, no soportaría eso.
Con lo cual, tomarse la biblia como la verdad absoluta, es tremenda necedad.
Sin embargo, alguna enseñanza sí que contiene.
El problema de la biblia es que da una imagen de Dios muy poco creíble.
El dios del antiguo testamento no puede ser sino un falso dios, y el del nuevo testamento tampoco mejora demasiado.
Probablemente la historia no fue como se nos cuenta.
Se mezclan muchos intereses en el relato.
El verdadero Dios no puede ser tan retorcido y chapucero.
No puede ser que emita su verdad tan cutre y confusamente.
No puede ser que tenga favoritismos tribales.
No puede ser que encarne para expiar nosequé movidas sin pies ni cabeza.
No puede ser que sea vengativo y castigador.
No puede ser que tenga rival maligno.
No puede ser que las supuestas jerarquías celestiales tengan un papel tan limitado en esta comedia; porque si un ángel se le aparece a María, igual podría aparecerse a todos y cada uno de nosotros para dejarnos claras cuatro cosas.
Pero mejor no enfangarse ahora con estas cosillas.
Resumidas al máximo, las enseñanzas de la biblia son:
Amarás a Dios por encima de todas las cosas, y amarás a tu prójimo como a ti mismo.
La enseñanza del antiguo testamento es muy deficiente, por eso el nuevo testamento la completa y matiza atinadamente.
Al final, si encajas bien esas dos enseñanzas, logras un saber clave:
Que lo principal de la vida es el amor, y que el amor tiene tres ingredientes.
Tú, yo y Dios.
La verdad es un taburete con tres patas.
Y si le falta una pata, ya no se sostiene.
La pata que más nos cuesta ubicar es la de Dios, obviamente.
Lo cual nos lleva a errar muy mucho.
Porque Dios es al amor lo que el sol a la luz.
Su fuente primordial.
Por eso ni el egoísta ni el fanático religioso saben amar.
El egoísta tiene una noción negativa de Dios; y el fanático religioso tiene una noción alienada de Dios.
Una persona simplona e inocente, puede amar si espontánea e intuitivamente resuena con la verdad, aunque nunca la haya verbalizado.
Sabe sin saber.
Su comportamiento es sano porque su conciencia está en armonía con la vida.
Todos los árboles crecen naturalmente rectos si nada interfiere en ello.
El egoísta y el fanático tienen algo en común, los dos están cegados por sus ideas.
El amor egoísta es una falacia tremenda.
Es un sol que pretende emitir su luz hacia su interior.
Un absurdo imposible.
El amor fanático se pasa de frenada, flota demasiado por las alturas y desatiende lo terrenal; su espiritualidad está dispersa, embebida en un relato ilusorio.
Vivir un episodio místico, puede darle un nuevo rumbo a tu vida, una mejor dirección y un mayor impulso.
Pero si lo que sacas de ello es una fijación alucinada con lo divino, ya te digo yo que estás tarado.
La pregunta clave es: Dónde está Dios?
Dios está en ti y en mí y en todo lo demás.
Esto tiene serias implicaciones que en gran medida no logramos comprender.
Es como el misterio de la santísima trinidad.
La verdad absoluta tiene mucho de inefable y cuando intentamos verbalizarla acabamos desdibujándola.
Cuando no comprendemos algo, tendemos a manosearlo tratando de desentrañar sus misterios.
Las cuestiones metafísicas no se dejan aprehender fácilmente, con lo cual es frecuente caer en presunciones erróneas.
Sobre todo si uno, por desidia, asume dogmas sin debidamente sopesarlos.
Al final lo único que se consigue con esa dejadez es formar un coro de loros que sólo saben repetirse sin sentido alguno.
Por eso toda religión nace abocada al fracaso.
Lo cual no es óbice para que pueda dar algún buen fruto, por mínimo que sea.
Amar es rendir tributo a Dios.
Demostrar reconocimiento y admiración por el orden natural de la vida.
Lo cual implica verdadera entrega y consagración de uno mismo.
Jugar a los amoríos fugaces, no es amar.
Amar de verdad, es labrar la eternidad.
Es nutrir por siempre.
Bendecir hoy el ayer y el mañana.
Sin perder de vista el significado trascendental de tus actos y omisiones.
Amar es dialogar, conscientes del alcance mutuo y la repercusión global.
Dios es cual diapasón que afina tu vibración.
Pero tú eres quien debe buscarlo, encontrarlo y adoptarlo.
Todos nacemos benditos, perfectamente entonados, y luego los incidentes nos van escorando en mayor o menor medida.
Dios concede generosa inercia a quien está en concordia con la verdad.
El recién nacido es un claro ejemplo de esto.
La natural bondad que inspira y despierta, es un don divino.
Otro ejemplo sería el enamoramiento.
Es patético atribuir eso a un mero cóctel bioquímico.
La ciencia cree poder explicarlo todo, pero a menudo lo único que hace es proporcionar embustes camuflados con su típica palabrería mecanicista y reduccionista.
La gracia divina es un viento favorable que uno debe saber aprovechar y honrar.
Pero lo verdaderamente crucial es darle un uso adecuado a eso, mantenerse en suprema comunión sin caer en dislates.
Estar a buenas con la vida, depende enteramente de ti.
Pero eso no significa que estés solo en esa tarea.
El amor es un triángulo, es un trípode y también es una trenza.
Su entrelazamiento no admite variaciones ni experimentos.
Si te sales o te sacan de esa urdimbre, lo pagas caro.
Porque ahí radica y confluye lo relevante de la vida.
No hay sucedáneo alguno equiparable.
Esta idea del amor trígono puede prestarse a equívoco y debe manejarse con prudente cuidado.
Por ejemplo, la trenza incluye un matiz ascendente o descendente según consideres la dirección de su construcción.
Mejor no añadir eso, para no hacer más lioso esto.
Ya de por sí, la palabra Dios puede descolocar tremendamente a muchos.
Tal vez sería mejor sustituirla por la palabra verdad.
Conocer la verdad absoluta escapa a nuestra capacidad, pero podemos adquirir algunas nociones esenciales.
Eso te permite comprender el profundo significado trascendente de la realidad.
Y asumir unos valores morales adecuados.
No es poca cosa eso.
Andar por la vida esgrimiendo imbecilidades, lleva al desastre.
La realidad no puede deconstruirse a gusto del consumidor.
Más bien todo lo contrario.
Si tu visión de lo que te rodea es superficial, confusa e inexacta, vas a sufrir abundantes percances.
Para realmente amar, hay que estar verdaderamente lúcido y despierto.
La palabra Dios también podría sustituirse por la palabra luz.
Sin luz no se puede ver y sin ver no se puede amar.
Si falta cordura, sobra delirio.
Ya sabes: El sueño de la razón produce monstruos.
No es lo mismo estar inmerso en fantasías que vivir la realidad.
Por eso la actual sobreabundancia de ocios, que te saturan de ficción y te distancian de lo real, es pérfida y dañina.
Así los malvados merman tus habilidades, tus virtudes, tus capacidades, tus posibilidades.
La supervivencia de la humanidad está cada vez más seriamente amenazada.
A base de falacias y perversiones, están abocándonos a una hecatombe superchunga; pero aquí nadie reacciona...
Volviendo a lo del amor.
Si captas la maravilla de la vida, ves que cada ser vivo es un milagro sagrado.
Cuando dos personas conscientes de esto se unen, saben que su compromiso no es cosa de broma.
La inmadurez es frívola y efímera.
No sabe amar, solo sabe tener caprichos momentáneos.
La sociedad actual está llena de bobitos desnortaditos, cuya memez ombliguista les imposibilita vincularse genuinamente.
Cualquier azar, adversidad o contratiempo los desmoraliza y descarrila.
Con levantar banderitas y repetir memeces, van que chutan.
Por otra parte, los meapilas son un poquillo menos ineptos que los egoístas, pero sólo un poquillo.
Idolatrar a Dios es como fotografiar a alguien para adorar esa fotografía y desentenderse totalmente de ese alguien.
Cuanto más alienada está una persona, más inviable resulta desasnarla.
En fin.
Que eso, que lo importante de la vida no se alcanza a tontas y a locas.
Mucho más podría decirse sobre estas cuestiones, pero en otra ocasión será.
24 de marzo de 2025
el triángulo del amor
Suscribirse a:
Entradas (Atom)