"Sin amor no hay libertad, sino egoísmo que es el infierno."

aviso

Este blog no está recomendado para menores, así que tú mismo con tu mecanismo.

fin del aviso



23 de septiembre de 2012

bandeja

Estoy en un complejo bastante amplio y laberíntico, una mezcla entre centro comercial y bloque de edificios. Se supone que vivo aquí o algo así, aunque voy todo el rato como bastante perdido, sin que me suene nada ni con una idea clara de a dónde me dirijo.

Reconozco una tienda de una cadena comercial de alimentación famosa. Sé que tienen servicios y quiero mear, así que entro con toda la cara, voy, me alivio, salgo y ni compro nada ni nada.

Luego, tras largo rato deambulando errático, llego a un pequeño patio abierto, cuadrado, vacío, rodeado de muros. Un espacio alejado y recogido, casi secreto. Un lugar de descanso, una zona de pausa olvidada, abandonada. Un sitio donde respirar y ver la luz, aunque esté nublado, por cierto.

Me siento en el suelo, a un lado, apoyado en la pared. Llegan, o estaban ya, dos o tres amigos o conocidos. Llega una chica con su bebé y se sienta a mi lado. Me pongo a jugar con el bebé, le acerco mi mano a sus manitas y cuando nota el contacto hace mención de agarrarme, tierna y simpáticamente. El bebé juega a atrapar y doblar mis dedos, aunque apenas tiene fuerza ni precisión para ello.

Se escucha una música ambiental bastante agradable, y me divierte pensar que sale de mí, de algún aparato portátil que guardo en mi ropa. Me divierte saber ese secreto y adivinar cómo se sorprenderán los otros cuando me vaya y se den cuenta.

Entre mis dedos, con los que juega el bebé, sostengo un platillo redondo, como la tapa de un reloj, lleno hasta arriba de un aceite dorado, de reflejos tornasolados. El dorado proviene de una fina aleación de metal que flota sobre el aceite. La superficie es perfecta, pues me ocupo de que así se mantenga. A veces los reflejos dibujan sutiles formas cambiantes, que enseguida se desvanecen.

Hay alguna conexión entre la música y la balsita esta de aceite. Algo que da honda paz y serenidad.

En un descuido se me cae un poco de aceite sobre la mano y le llega un poco también al bebé, que se mancha la mejilla y se lo extiende sin darse cuenta, casi hasta la comisura de los labios.

No quiero que le entre en la boca, así que trato de limpiarlo como puedo. Su madre se da cuenta y lo toma en sus brazos al momento. Se altera por eso y lo limpia apresurada, pero no me lo recrimina. El aceite ese me ha pringado casi todo el antebrazo, así que me incorporo y digo que me voy a los servicios a lavarme.

Ellos me avisan de que se van al bar, que acuda allí cuando regrese.
Subo las escaleras y busco unos servicios. Seguro que tiene que haber unos por aquí cerca, pero lo desconozco, así que me dirijo hacia la tienda esa de antes, aunque esté más lejos.

Mientras ando, me voy asomando, por si acaso, en los sitios que pudieran tener servicios.

Veo un salón comedor, amplio, con sus largas mesas de blancos manteles, vacías, pero con los menajes ya dispuestos. Al fondo, en la pared, hay pintado un mural fascinante. De vivo colorido, pero a la vez de marcado carácter siniestro. La pintura está dividida en tres partes, separadas por las columnas que sobresalen ligeramente de la pared. La parte central muestra el título. A cada lado se muestra la misma pintura pero con ligeras variaciones. No acierto ni por asomo a comprender la razón o intención de esto. Solo sé que no me desagrada, me atrae, me intriga, me atrapa.

Entro al salón y me acerco, para ver si puedo leer quién es su autor. Cuando estoy cerca, las pinturas son diferentes a las que había visto desde fuera, aunque mantienen y conservan su atractivo para mí, su tono inquietante a la par que fascinante.

El colorido es intenso, con abundantes rojos, como de atardecer o así. La escena muestra una casa tosca y cuadrada, así como las del lejano oeste, a lo lejos algunas montañas, a un lado un árbol seco y retorcido, al otro lado algún barril o así, al frente, en la esquina inferior izquierda, un cartel con una palabra grabada sobre él.

No logro leer bien la palabra. Me parece que pone Coyote, pero luego dudo. Sobre todo por una horca de dos puntas, de madera blanca, que hay apoyada justo sobre la "t". Eso me confunde. Coyoye? Cotoye? Encima las primeras letras no las distingo bien, solo estoy aventurando. En fin.

Lo más flipante es que el conjunto dibuja una cara con expresión de vivo espanto. La puerta de la casa es la boca abierta, el porche hace de mostacho, la ventana de nariz y otros elementos los ojos. Y esto es un efecto óptico claramente intencionado.

Hay algo genial y pesadillesco en esta composición, a uno le deleita y perturba a partes iguales tan peculiar pintura. Te estremece con ambigüedad. Cuál es el mensaje que ha querido transmitir el autor? Hasta qué punto es fruto del talento o del tormento? No sé por qué me recuerda bastante a Lovecraft y su mundo.

Tampoco logro leer el nombre del autor. Las letras están ahí pero mis ojos no las identifican, un poco como con el cartel. Eso es que no quieren, que no pueden, o que no deben. Ya ves tú.

Sigo mi camino y llego a la tienda de alimentos. Esta vez les voy a comprar algo antes, para no abusar. Me dirijo a un mostrador y elijo un bocadillo de chorizo. Es tonto que elija esto pues ya no como carne, aunque su olor no me desagrada. Lo curioso es que tras ese mostrador casi no hay otra cosa que elegir, todo son bocadillos de chorizo y alguno de jamón.

Elijo uno bien pequeño. El dependiente me lo envuelve en una servilleta y se dispone a llevarlo a la salida para que lo pague allí, pero yo no quiero salir todavía, así que le pido que me lo cobre ahí mismo. Se da cuenta de mi intención y sonríe. El tipo es de rasgos marcados, mandíbula y cráneo tirando a cuadrados, pero afable, con mucho don de gentes, rapidez y soltura. La típica voz que te envuelve y agrada quieras que no.

Le doy un billete y de su riñonera saca el cambio, pero se le cae por el suelo. Me agacho a recogerlo y veo que hay varias monedas equivocadas. Se las enseño. Algunas son pesetas que ya no están ni en circulación. También hay otras dos muy extrañas y curiosas.

Tienen forma como de bandeja rectangular, tamaño libro de bolsillo, así como de plata o metal claro. La otra es un poco más pequeña y alargada.

La que me llama la atención es la grande. Sobre su superficie tiene grabada una escena tradicional, así como goyesca, y justo bajo ella se lee su leyenda, en cursiva, que dice: Tres millones de euros.

Me sorprendo mucho porque nunca había visto en mi vida esta moneda, ni sabía que existiera siquiera, y por la enorme cantidad que representa. Pienso que si no se la hubiera dado al dependiente y me la hubiera quedado, se habrían solucionado todos mis problemas de dinero para siempre.

Ahora el dependiente ya no es un hombre sino una mujer, bella y joven. Aunque, la situación sigue siendo igual, ligeramente tensa o comprometida, porque no estoy dispuesto a irme o rendirme tan fácilmente, no teniendo tan cerca algo así, habiéndolo tenido en mis manos y todo. Por eso nos vamos al fondo, a un rincón más discreto y apartado, a negociar.

Casi no hace falta ni hablar, tenemos una cierta comunicación silenciosa entre los dos. Ella también quiere hacer algo con esa bandeja, como si de repente hubiera tomado conciencia de lo que ha tenido todo ese tiempo entre sus manos, que antes ni sabía. Se le ocurre que yo me ocupe de donarlo a alguna asociación de ayuda para menores desprotegidos o algo así. Le quito la idea con un argumento muy sencillo, que ya no recuerdo. Le pido en su lugar que me lo dé a mí, que se convierta en mi socia y beneficiaria. Y al principio quiere, pero luego recapacita, no quiere perder su empleo.

Es cierto que una cantidad semejante se tiene que notar en las cuentas si falta o no. Aunque todo depende del control que lleven, y de las circunstancias en que haya ido a parar aquí.
No podemos adivinar nada de esto, así que es un riesgo. Igual seríamos tontos si no nos la quedáramos, o igual nos meteríamos en un lío enorme y de serias consecuencias.

Estamos en un punto muerto. La duda no nos deja decidirnos ni hacer lo uno ni lo otro. Y ya me despierto.

no veas esto

Había una vez un friqui, amigo de lo morboso, que se dedicaba a mandar correos a sus conocidos con imágenes tope chungas.
Claro, siendo como era tampoco tenía muchos amigos, porque había que tener bastante estómago para tragar esas cosas.

Lo normal era que la gente no se resistiera a la curiosidad y luego se les quedaban grabadas en la memoria. Y ya que se enfadaban y lo mandaban a la mierda, claro.

Normal, porque hay que estar muy pirao para que te guste o te haga gracia ese tipo de cosas. Como el gore y por ahí.
Pero lo peor son los casos reales. Ya se sabe, que la realidad supera siempre a la ficción. Ya te digo.

Total que el friqui este se trataba casi que solo con otros del mismo palo, de su rollo y eso. Así que no sé cómo fui a parar a él, o cómo fue a dar él conmigo, ya no me acuerdo. Pero a mí que me registren, jeje.

Pues eso, no veas, que empezó a mandarme sus mensajes con enlaces a las delicias y curiosidades que se iba encontrando y tal. Ya te imaginarás, platos de un más que dudoso gusto. Y ya al poco yo también me harté y lo mandé a tomar por saco. Toma no, a ver si no.

El caso es que una imagen de esas se me ha quedado bastante metida en el coco. Y de tanto en tanto me viene el recuerdo. Y no es que sea por el asco. Es algo así como una espinita clavada, que la tocas a ver si sale o qué. Y da cosa y dolorcillo y como gustillo.

Pero si lo piensas, tiene mensaje además. Que no está por estar, que guarda algo, un aviso, una lección, un recordatorio, alguna moraleja sobre la vida y eso. Aunque no quiera o me atreva a ponerle palabras. De momento.

Y como seguro que lo estás deseando pues que te la voy a contar.

Resulta que eran unas fotos de una noticia que había en un blog. El texto decía que un tiburón había matado a una bañista en una playa de Cuba. Y las fotos mostraban el cuerpo de la finada.

El caso es que las fotos eran hasta bonitas y todo. Muy naturales. A primera vista lo que veías era una bella chica joven, de piel morena, tumbada sobre la arena, con su bikini, en un día soleado.
Todo normal y corriente.
Hasta que te fijabas.

Te fijabas un poco más y ya empezabas a ver cosas que no encajaban. El brazo derecho le faltaba, y al lado izquierdo había un brazo suelto, así como si nada, tirado en la arena.

Vale, dices, seguro que es una broma y que se ha enterrado algún gracioso para que parezca eso. Pero no no, para nada, ni hablar. Ya te digo.

También se veía algo raro en la piel de su torso, por el lado derecho, como si le faltara bronceado a cachos o le hubieran echado arena por encima. O algo así.

Luego en las otras fotos ya se veía más claro lo que pasaba. Las terribles heridas que marcaban su cuerpo. Las terribles heridas que se abrían y le llegaban tan dentro, enseñando a la vista demasiado del cuerpo. Carne, grasa, músculo, hueso.

Sin sangre, menos mal. Aunque así es casi hasta más terrible y todo. Ya ves tú.

Y entonces ya te percatabas. Que un tiburón no hace esas heridas, tan limpias y perfectas. Que un tiburón no suelta así como así a su presa, sin comerla ni nada. Que un tiburón desgarra de forma salvaje, infalible, inconfundible.

Y ya en los comentarios lo aclaran. Que la pobre chica murió por las aspas motoras de alguna embarcación. Y eso sí que tiene todo el sentido. Así sí que se explican las rajas, la regularidad y perfección de los cortes.

Y qué terrible fin para tan inocente criatura.
Qué brutal contraste despiadado.

Habría que darle más vueltas a esto. Uno no se conforma con dejarlo así. Pero tampoco vamos a liarnos ahora, que tampoco es momento, creo, me parece, no sé. Ya si eso te lo vas pensando o preparando.

Y si no me crees, busca busca.
Busca y verás.

a vueltas con el tiempo

Ya estamos otra vez.

Por dónde empiezo? Por el tiempo, claro.
Qué es el tiempo? Cómo es el tiempo? Dónde, por qué, etc.
Me parece una parte esencial y clave para manejarse bien con todo lo demás. Conviene meditar detenidamente sobre su naturaleza y sentido.

Mi noción es que el tiempo no existe. Mejor dicho, sí que lo hay, pero no es tal y como lo conocemos habitualmente. La percepción más inmediata y directa es simple: El tiempo es una secuencia lineal que hilvana y comprende pasado, presente y futuro. Y eso está bien así. Tiene su utilidad y pertinencia. Pero hay más.

El siguiente paso es considerar el tiempo de manera cíclica. El eterno retorno. El ciclo de la vida, la transformación constante y perpetua. Y eso también está bien. Pero sigue habiendo más.

A partir de aquí la cosa se complica, nos resulta difícil de visualizar o asimilar. Entramos en lo paradójico, lo cuántico, lo adimensional. Pliegues, nudos, cuerdas, agujeros y toda la pesca.
Aquí es cuando decimos que el tiempo no existe, que es una ilusión, que pasado, presente y futuro se dan de manera completa, total, absoluta y simultánea, a la vez, en un mismo punto.

Chungo, eh? Pues espera a ver cómo tratamos de explicarlo, jeje.

El centro, lo concreto, lo real y tangible es el ahora. El ser, la vida, se da aquí y solo aquí (vamos a decir). La cuántica es el ser, la conciencia, asomándose tímidamente a lo que le rodea. Entonces vemos que todo lo posible también es, existe, de alguna manera.

Esto nos lleva a las dimensiones paralelas.
Por qué la vida hace eso? Por qué se ramifica infinitamente? Le parece bonito? Por qué no se está quieta en nuestro esquema lineal, tal y como a nosotros nos gusta y conforta?

El problema es nuestra tendencia a pensar y ver de manera limitada y excluyente. El modelo mecánico busca y aspira al control de la existencia. Por ello lee y pretende que la vida sea uniforme, monocorde, previsible y manejable. Pero no lo es. De ahí el fracaso de todos los intentos de esa ciencia, por llamarla de alguna manera.

El ser se vivencia como único, genuino, concreto y definido. Así aparece su conciencia y su identidad. Su alma y ego. Pero, si miramos un poco más lejos, o un poco más dentro, la cosa se embrolla y difumina. Dónde empieza y termina mi ser? Cuáles son los límites?

Esa es la gracia.

Es por esto que la metafísica, la cuántica, etc, nos enseñan a ver un poquito más allá, a comprender que formamos parte de algo más grande, que hay que expandir y reformular nuestro modelo y esquema.

Entonces, qué pasa con esas ramificaciones paralelas? Son reales o qué? Para qué sirven? Bueno, para esto hay que manejarse con eso que decíamos de que el tiempo, y el espacio ya de paso, es uno, paradójico y adimensional.

Qué manía con lo adimensional. Explícalo bien si es que puedes, bocas...

Lo dudo, pero bueno, en eso estamos. En realidad se trata de ver que bajo la materia hay un nexo común, que lo que es responde y se debe a un sistema de energía o vibración, que nace y termina en sí mismo, por así decirlo. Siendo el núcleo primero y último lo que está más allá de toda medida, allí donde el concepto de dimensión deja de ser aplicable. Es fácil decir esto, claro, pero demostrarlo resulta un tanto más complicado, por no decir casi imposible.

Aunque, no te creas, solo hay que observar bien y dar con las pistas adecuadas. Por ejemplo, el símbolo del Yin Yang, que representa la dualidad, la polaridad. Ahora bien, ahí se ve que tal sistema binario conforma una unidad. Los extremos se definen entre sí, mutua y recíprocamente. No existe el blanco sin el negro, ni viceversa. Esto quiere decir que toda cualidad es la manifestación de un sistema de contrastes, un eje comparativo autorreferencial. No hay eje sin polaridad, ni polaridad sin eje.

Esta es la paradoja clave.
Esta es la condición que nos lleva a observar que tras lo aparente está la esencia común, compartida, metafísica, inmensurable.  Así pues, las propiedades que emanan de ese fondo primero y último están vinculadas, atadas y condicionadas a sus opuestos contrarios, de manera obligada, necesaria e indivisible.

Es inconcebible pues considerar nada de manera aislada ni independiente del todo. La vida, la materia y el tiempo son una y la misma cosa. Todo intento de estudiar cada elemento por separado está llamado al error y al fracaso.

Hay vida sin tiempo ni materia? Hay tiempo sin vida ni materia? Hay materia sin tiempo ni vida?

Revisa bien tu comprensión de estos conceptos.

Por eso, decimos que hablamos del tiempo pero estamos hablando del todo. Tanto vale si lo decimos de la materia o de la vida. Ni siquiera hay que detenerse en tal división.

Ya que estamos, esto recuerda un poco al lío ese de la santa trinidad. Y eso nos da una buena pista. Quiere decir que cuando nos aventuramos a estudiar a fondo cualquier cosa, nos encontramos con ese tipo de configuración y paradoja. O sea, que siempre terminamos manejando los mismos elementos absolutos. El reto, claro está, está en pillarles bien el truco y su sentido.
 
Volviendo a lo del tiempo, las dimensiones paralelas y tal. Vamos a tratar de poner otro ejemplo, a ver si más atinado.
Nosotros somos una ola que rompe en la playa. Esto es el presente. El pasado es todo el océano. Y el futuro es la playa donde se disuelve toda la masa acuosa.

Nosotros somos un remolino de agua que progresa y avanza, que se revuelve y entremezcla con lo que le rodea. Nuestro centro está en nosotros mismos. Por eso, el torbellino, el movimiento perpetuo, el cambio continuo que es la vida, nos define y conforma.
Y nuestra comprensión se confunde, distorsiona y diluye en cuanto nos proyectamos más allá de nuestro ámbito más propio, inmediato y pertinente.

Especialmente se aprecia esto cuando miramos hacia el futuro. Siempre encontramos y vemos lo mismo. El horror. El desastre, la hecatombe. Porque es verdad. Las olas se deshacen en la playa, se descompone toda su organización, desaparecen y mueren.

Pero esta proyección es engañosa. Nos confunde nuestra manera lineal de mirar. El presente no lleva al futuro. Todo deriva en sí mismo. No podemos viajar en el tiempo. Más bien el tiempo viaja a través de nosotros. Piénsalo bien.

La gracia es que el futuro no se encuentra donde nosotros esperamos encontrarlo. El agua se repliega y retorna al océano. Así que lo que queda delante solo es la nada, el abismo, que nos confunde y aterra.

Y tampoco sabemos ver bien mirando hacia atrás. No podemos retroceder, y sin embargo el pasado está ahí, inmenso, enorme, ajeno, desconocido, olvidado para nosotros.

Es más, nos pensamos que el pasado es estático, pretérito, obsoleto, inerte, como una foto fija. Pero, qué pasa si está vivo? Qué pasa si interactúa y se mezcla y se integra con el futuro, con el presente y con todas las ramificaciones posibles?

Pasa que mejor nos centramos en el presente de momento. Aunque, es interesante atender a la progresión de algunos fenómenos. Por ejemplo, los sucesos paranormales. Antes eran duendes, ahora son extraterrestres.

Qué nos dice esto? Que todo evoluciona en conjunto. El hombre, la energía y las formas que lo acompañan y visitan. Somos todos hermanos, por así decirlo.

Y de dónde provienen esas anomalías que tanto nos inquietan e intrigan? De las ramificaciones, de las dimensiones paralelas.

Cómo es posible?
Y por qué no? La clave es que la existencia, la realidad, no termina allí donde pensamos y creemos. El ser comprende e incluye también eso otro. Y sucede que, en determinadas situaciones, atrae hacia sí, llama o reclama la atención de las otras dimensiones. A veces es accidental, eventual. Otras, personal, voluntario, por así decirlo.

Se trata de comprender que lo otro forma parte de uno, que no nos es ajeno. Ves tu sombra en el suelo y sabes que nace de ti, conoces la relación y el proceso que la conforma y te vincula a ella. Sin embargo, ves a un extraterrestre y te invade el pavor. Porque lo desconoces todo. Ignoras la conexión. Pero se da la paradoja de que en realidad esa figura que ves frente a ti puede tener una relación más que directa con tu propio ser, como tu sombra.

Esos son los caminos del pensamiento que nos faltan por explorar. Esa es la razón por la que nuestra inteligencia no está progresando todo lo que podría o debería. Nos hemos encerrado en un circuito estrecho, de apenas fruto ni provecho.

Las supuestas instituciones oficiales están completamente pervertidas y no persiguen ya sino mantener su status, medrar y evitar que otros las estorben o sobrepasen. Y mientras, los demás, los más, holgando y degradándose en una vida yerma y estéril.

No hay más que ver el inútil y estúpido circo mediático en que se han convertido las misiones espaciales. Bazofia, pienso para el rebaño.
Triste decadencia crepuscular. Y así con todo.

Y lo peor es que a lo verdaderamente puntero y revolucionario se lo silencia y bloquea y ningunea. Impidiendo que el hombre abra los ojos y pueda crecer y avanzar, sometido como está bajo el yugo perverso de un sistema odioso, execrable, ilegítimo, llamado a desaparecer, por la cuenta que nos trae. En fin.

Pero no nos vayamos por las ramas tan pronto.

Esos futuros soslayados, esos pronósticos o asomos de las olas que rompen, son ramificaciones. Y su naturaleza es terrible porque al presente no le concierne inmiscuirse más allá de sí mismo.
Esto es así por una cuestión de coherencia y estabilidad. Es inherente a su esencia y realidad, de otra forma sería prácticamente inviable.
La vida se asegura de quedar centrada y enfocada donde le corresponde, en el ahora. Su propio diseño es perfectamente eficaz y certero al adoptar esta configuración, pues procura y preserva su estructura, funcionalidad y potencial. Sin limitar por ello la capacidad de la conciencia de expandirse y elevarse, de alcanzar una mayor lucidez y comprensión del todo.

O igual somos nosotros los que nos autolimitamos debido a nuestra escasa lucidez y conciencia. Igual nuestra proverbial cortedad nos salva de alcanzar estratos que precisan mayor madurez y responsabilidad. Como el niño que no llega al cajón de los cuchillos. Y es de agradecer y apreciar si es así, si la vida provee esta tierna protección para sus frágiles retoños. 

O al menos esa es nuestra idea al respecto de momento, pero se puede reflexionar bastante más, más a fondo al respecto. Porque, si todo es presente absoluto, perpetuo y continuo, dónde está el límite, qué genera esta reserva que nos forma y define. Es la vida? Es la materia? Es la conciencia? Es el ser? Es el continuo espaciotiempo? Son materia, vida y conciencia la misma cosa? Bueno, ya sabes, estas cosas así. A veces me parece que me repito, será que no doy para más, jeje. O que tendría que estructurar mejor mis escritos, que va a ser que sí, ya te digo, menuda ensalada, señor.

A lo que iba. Se precisa un equilibrio y una preparación muy especiales para poder proyectarse, conectar y contemplar el porvenir más plausible y no esas otras ramificaciones espantosas.

Sin embargo, la posibilidad de realizar la propia profecía siempre está ahí, disponible. La cosa es así: Tú miras al mañana, ves el apocalipsis, te sugestionas, lo asimilas y te programas para ir hacia él. Lo realizas y se cumple en tu propia persona, pero no para los demás. Esta es la única manera de terminar en la playa, alienado, descarriado, atomizado. Tal vez incluso arrastrando contigo a unos cuantos ingenuos o incautos.

Y bien está que así sea. Hay que comprender que toda parte del proceso tiene su función y propósito. El agua que va a parar a la playa serviría como colchón de seguridad, como punto de repliegue para los que vienen detrás. También sirven para traer y arrastrar otros materiales hacia el agua. Además de otras funciones derivadas, relacionadas con otras cuestiones que tal vez no nos atañen o no hemos contemplado por ahora.

Es más, incluso centrados en el presente, siendo ese torbellino de agua que gira y revoluciona sobre sí mismo, impulsado, interactuando y enredado con todas las fuerzas que le rodean y conforman, vemos que hay tendencias centrífugas y tendencias centrípetas, dinámicas que elevan y dinámicas que hunden. Espiritualidad y materialismo, y las consiguientes tensiones entre ambas.

Una buena comprensión de estas cosas nos permite desenvolvernos sin entrar en problemas, polémicas ni conflictos innecesarios. La aparente oposición en realidad se complementa y sustenta entre sí. Sería absurdo pretender alterar tal configuración.

Se puede intentar, claro está, pero entonces suceden consecuencias indeseables o no demasiado recomendables. De repente la sociedad decide que ya no va a tolerar más la evaporación, o la lixiviación, por así decirlo. Entonces se instaura un aparato de inhibición y represión, un régimen impositivo, y todo queda afectado. Se estanca el movimiento, se dificulta el intercambio y la comunicación necesarios. Se ralentiza la actividad, se impide el desarrollo, se bloquean los procesos. Todo queda como en suspenso, parado, muerto. Hasta que la naturaleza se abre camino de nuevo y reinstaura su irrefrenable fluir.

Y esto tiene que ver con las mareas, con los ciclos del propio océano. Fíjate que hay momentos de calma chicha y otros de tormentas y tempestades. Y cuando hay calma, el presente se entiende mejor con su pasado y futuro, comprende su lugar, aprecia y alcanza a ver mejor la unidad que conforman, con paz y sosiego.

Y cuando hay agitación, las aguas se revuelven y extreman, se polarizan, se suceden rápidamente las turbulencias, los sometimientos y sublevaciones. Se pierde de vista todo lo demás y todo lo que cuenta es la lucha que se está llevando a cabo.

Y antes hemos dicho que la sociedad podía decidir reprimir o refrenar tendencias. Pero eso no es así, puede servirse de ingenios o ardides, pero su alcance es mínimo. La que manda es la vida. Y el hombre puede aprender a comprender los procesos del momento y situación en los que vive, o bien puede estrellarse estúpidamente contra ellos.

Tiempos confusos.

Vivimos tiempos confusos. Es una muletilla simpática. La gracia está en que siempre es verdad. Da igual la época y el idioma, el sentir se mantiene.

Esto nos lleva a la tautología.
El colmo de la tautología es la política.
Lo terrible de la política actual es su falacia, ignorancia y perfidia.
No hay peor dirigente que el que traiciona su supuesta función. Y esto es la norma hoy en día. Así que mira.

Vótame que esto lo arreglo yo en dos patadas.
Ahivá, pues va a ser que no. Bueno, ya que estamos aquí vamos a forrarnos bien los bolsillos, no?
No somos todopoderosos, qué más quisiéramos, tenéis que ayudarnos.
Hay que sacrificarse un poco, todo sea por las arcas.
Vótame otra vez y te prometo que ahora sí que sí, que es que antes tenía mucho lío y me venía un poco mal.
Hay que apretarse el cinturón, pero el tuyo, que el mío ya casi ni me entra, hay que ver, que cosas, jeje.

La política es el egoísmo y el latrocinio elevado a su máxima expresión, hecho arte, institución y oficio, por así decirlo. Y ni siquiera está sola encarnando el más deplorable parasitismo. Apenas es la punta de lanza de todo nuestro sistema. Vivimos en el reino de la indecencia. Y más nos vale ir aprendiendo a generar nuestro propio sustento, verdadero y legítimo, o así nos va a lucir el pelo.  

Volviendo a la tautología, podemos verla muy bien ahora, con la famosa crisis. Ay la crisis, qué mala es la crisis. Pero aquí estamos, aguantando mal que bien como podemos.

Hablar de la crisis es perder el tiempo, típica tertulia inoperante sin sentido ni destino. Es como hablar tontamente de meteorología. Ay qué calor, ay qué frío.

Y ojo, que un manejo adecuado de la meteorología sí que sirve para desenvolverse y hacerse una idea de lo que acontece, pudiendo así tomar las disposiciones sensatas y oportunas pertinentes para adaptarse lo mejor posible a los ciclos devenibles, como dicen los de allende.

O sea, que lo provechoso es la aplicación y el estudio. Conocer, saber, para vivir y salir adelante de la mejor manera posible y dejarse ya de tanta queja y lloro inmaduro. De poco valen los culpables ni las explicaciones, la realidad impone sus condiciones y cada uno ha de buscar cómo se adapta o reacciona. Está la vía muerta del sistema y discurso oficiales. Y está lo desconocido a desarrollar por uno mismo.

El tiempo es uno y el mismo para todos. Abre los ojos, aclara tu mente y emprende tu senda. Lo demás es ceguera, atadura, miedo, excusas. La voluntad y la motivación bien templadas y orientadas llevan a la realización. El resto es ruido y tontuna.

En fin, como sea. Pareciera que gran parte de lo que nos atañera y rodeara nos quedara grande o distante, fuera de nuestro alcance, aparentemente. Sin embargo, un lucidez suficiente y adecuada nos permite distinguir y apreciar correctamente cada caso y cosa, buscarle la vuelta, encontrar el significado de cada evento, desentrañar nuestra labor a desempeñar, saber nuestro lugar, conocer nuestra medida, aprender cuándo actuar y cuándo no, leer el fondo, la esencia de cada instante, descifrar la vida y alinearse y aliarse con ella, plenamente, de corazón, con todo tu ser.

Porque, de otro modo, lo que aguarda no es grato, ni mucho menos.
Al tonto le da el sol y llora y berrea y patalea. Y le daría de manotazos al sol si pudiera, pero su inteligencia no le conduce a nada más, no nace en él, de él, ninguna otra alternativa. No se le ocurre buscar la sombra, ni fabricarse un sombrero. Así de pobre son las mentes dormidas. Así de limitada y aborregada es la masa cuasihumana semiviviente actual. Así de tontos nos quieren y así nos dejamos estar. Infraseres indolentes inútiles inoperantes.

Y es justamente esa inteligencia autónoma y resolutiva, despierta, viva y activa, que brilla por su ausencia, la que más nos falta hoy por hoy, así que toca desatrofiarla y entrenarla y desarrollarla pero bien.

Vivimos apegados a estructuras totalmente obsoletas. Arrastramos credos y adeudos absurdos, dañinos, cargantes, intolerables. Lastres y frenos que así nos tienen, tan ricamente atados de pies y manos como simple ganado humano. 

Toca aprender a saber, servirse de los esquemas sin atraparse en ellos, fluir, apreciar y examinar con amplitud y generosidad. Pues la desidia y la miseria pudren y secan la mente. Y entonces sí que estas perdido y ya te puedes dar por jodido. Porque el mundo que nos hemos montado abunda precisamente en esto. En trampas y ratoneras. Cepos para chuparte la sangre, el seso y todo lo que quieran y más. No es tiempo para bobaliconerías.

Eso sí, no confundir mente con cerebro. Lo decimos así para entendernos, pero la mente implica y supone mucho más, hasta el punto de ser uno con el cuerpo y el ser. Otra vez lo mismo de antes y siempre.

Así que eso, que hay que escuchar bien por dentro, desarrollar un sentido papilativo o gustativo, por así decirlo, como un catador exquisito, para monitorizar nuestra propia esencia y el fondo final, lo absoluto, supremo, divino, metafísico o llámalo como quieras. Para cuidar y procurar el equilibrio, la lúcida y serena presencia aquí y ahora.

Encontrar el sentido es ser, vivir, existir, centrado.
El resto es pasatiempo y tormento.
Y vale, que menudo lío he montado.